Webbu

Rubén había tenido un día muy estresante en el trabajo. Las reuniones interminables y los plazos ajustados lo habían dejado agotado. Decidió que una caminata nocturna por el parque cercano a su casa sería la mejor manera de despejar su mente.

El aire fresco de la noche le resultaba reconfortante, y el silencio del parque solo era interrumpido por el suave crujir de las hojas bajo sus pies. Rubén se sentía cada vez más relajado mientras avanzaba por el sendero iluminado tenuemente por las farolas.

De repente, algo pasó volando cerca de su cabeza. Al principio pensó que era un pájaro, pero al mirar con más atención, se dio cuenta de que eran murciélagos. Había decenas de ellos, volando bajo y rápido, como si estuvieran en una carrera frenética. Rubén sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nunca había sido fanático de los murciélagos; siempre le parecieron criaturas misteriosas y un poco aterradoras.

Intentó mantener la calma y seguir caminando, pero los murciélagos seguían apareciendo de todas partes. Cada vez que uno pasaba cerca, Rubén daba un pequeño salto involuntario. Su corazón latía más rápido y comenzó a sudar ligeramente. Pensó en dar media vuelta y regresar a casa, pero no quería dejarse vencer por el miedo.

Finalmente, decidió cambiar de ruta y dirigirse hacia una zona del parque donde sabía que había menos árboles y, probablemente, menos murciélagos. Poco a poco, los avistamientos disminuyeron y Rubén pudo respirar con más tranquilidad. Aunque todavía estaba un poco nervioso, logró completar su caminata y regresar a casa sintiéndose un poco más valiente.

Esa noche, antes de dormir, reflexionó sobre su experiencia. Se dio cuenta de que enfrentar sus miedos, aunque fueran tan simples como unos murciélagos en el parque, le había dado una nueva perspectiva. A veces, pensó, es necesario salir de nuestra zona de confort para descubrir de qué estamos realmente hechos.

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